La semana pasada estuve en Zaragoza, como suelo hacer una vez al mes.
Este otoño que terminó ayer ha sido un bálsamo. Y eso que es mi estación más temida, con tan pocas horas de sol… Será por compensar el anterior…

En un sitio como éste, es más fácil estar bien.
Todo me venía bien, estar en casa, salir, viajar, trabajar, estar acompañada, sola… Quizá por eso veo cosas tan agradables a mi alrededor. Y eso no me pasa siempre. De hecho creo que son momentos bastante poco frecuentes.
Así que he decidido plasmarlo y contarlo. Cuando no esté así, lo leeré, para recordar que estuve así y podré volver a estarlo.
Pues eso, que estaba en Zaragoza e iba haciendo recados y pasé por delante de mi colegio. Buf…
Fue como un viaje al pasado repentino.
Los que me conocéis ya sabéis que vivo en Ansó, un pueblo del pirineo donde he pasado los mejores momentos de mi vida, infancia incluida.
Al pasar por delante de mi colegio recordé todo el tiempo que pasé allí. ¿Malos recuerdos? Bueno, de todo un poco. Pero lo que recuerdo especialmente es lo rara que me sentía yo en ese lugar. Y lo que anhelaba vivir en Ansó.

Que es donde mejor estoy.
Nunca me gustó vivir en Zaragoza. Las calles custodiadas por altísimos edificios, el cemento, el hormigón, la hostilidad de la ciudad, la falta de libertad… Ahora que voy un rato a mes, la disfruto.
Pero entonces eran casi 12 horas en un colegio para luego pasar el resto del tiempo en un piso, sin poder salir a la calle a jugar y tragar tele como única opción. Así eran mis días de lunes a viernes.
Y luego, los viernes por la tarde, al cruzar los Mallos de Riglos ya empezaba lo bueno, ya iba quedando más cerca el olor a humo por las calles, la chimenea encendida, jugar en la calle.
Me imaginaba vivir aquí como un privilegio. Sentía vivir en Zaragoza como un castigo.

Es que vivir aquí es una maravilla.
No fue ningún tipo de sufrimiento. De niños tenemos una capacidad para desarrollar resiliencia tremenda. Vemos la parte positiva de las cosas, puede que seamos más emocionalmente inteligentes de pequeños que cuando somos adultos.
Pero visto desde el presente, desde fuera, desde este momento… ¡Me estoy tan agradecida de lo que he hecho por mí…! ¡Me gusta tanto mi vida…! Que no significa que no haya cosas que puedan mejorar, ¡todo es susceptible de ser mejor! Pero tal y como es mi vida ahora, me siento muy bien.
Al pasar por delante de mi colegio recordé mi gran anhelo y descubrí que estoy viviendo como quería cuando era pequeña. Y eso me hizo muy feliz. Porque al final eso es lo que importa. Tener content@ a nuestr@ niñ@ interior.
Volví a ser consciente una vez más de que tengo el poder sobre mi vida y que hay muchas cosas que sí puedo escoger. Y esto me da fuerzas para enfrentarme a los nuevos retos con los que me encuentro en mi vida.
Así que cuando voy por Zaragoza y recorro sitios por los que iba de pequeña por esa ciudad, hastiada y resignada, me digo a mí misma, ¡no fue fácil, pero lo conseguimos!
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