Una cosa es paciencia y otra, que te tomen por el pito del sereno

Desde hace un tiempo sigo a Carlos González. Es un pediatra con el que tengo puntos de vista en común, aunque otros no. El otro día encontré este vídeo que me parece muy interesante mostraros.

¿No os parece muy evidente lo que cuenta? A mí sí. Pero también me encuentro con padres y madres con el mismo discurso como el que pone Carlos como ejemplo.

Al contrario que el pediatra, yo estoy muy a favor de las consecuencias positivas y negativas en el comportamiento de l@s niñ@s para enseñarles qué hacer y qué no. Siempre acompañadas de una explicación y sin retirar nunca el cariño. Pues bien, en casos de adolescentes que están empezando a pasar de todo, notas, obligaciones, faltas de respeto… yo aconsejo rápidamente consecuencias negativas. Pero me encuentro con que los padres no tienen ideas de cómo aplicar estas consecuencias. Hay tantas cosas con las que puedes “jugar” a la hora de poner consecuencias… Te doy ideas en este post que escribí: “Las cosas de tu hij@ no son “sus” cosas”.

Amor y límites equilibradamente, una buena fórmula de educar.

Y creo que este desabastecimiento de recursos es por miedo, por falta de confianza. ¿En qué? En ell@s mism@s. Creo que a los padres les da miedo ser “malos”. O que sus hij@s les dejen de querer si ponen límites. O equivocarse… Hace poco, cuando le sugería a una madre que tenía que poner límites a su hija adolescente que se estaba escapando por las noches de fiesta, me confesó que “no quería ser una madre coñazo”. De no poner límites a ser una madre “coñazo” hay muchas escalas de grises. No obstante, a veces, si se llega a ese extremo, tampoco pasa nada. No podemos ser madres y padres guays y educar bien. Es incompatible.

¿En qué momento que alguien nos esté haciendo daño, como el ejemplo del vídeo, tiene que ser permitido? ¿Por qué cuesta tanto poner límites? ¿Pensamos que les hacemos daño haciéndolo? A ver si nos va entrando en la cabeza que sin límites l@s niñ@s se sienten insegur@s. ¿Sabemos de qué hablamos cuando hablamos de poner límites?

¿Nos da miedo apartarle la mano para que deje de pellizcar? ¿Qué clase de agravio pensamos que le estamos haciendo al niño? No hacerlo, es enseñarle que eso está bien. Es enseñarle a que no controle sus impulsos. A que dé rienda suelta a sus caprichos.

Muchas faltas de respeto las consentimos desde el primer día. Luego no nos podemos sorprender de que vayan a más. Una compañera de trabajo en mis primeras semanas en un centro de menores en el que aprendí muchísimo me dijo una gran frase con respecto a eso. “Más vale vicio no dar, que vicio quitar”. Una gran verdad.

Como padre o madre, sabes poner límites. Si no tienes claro cómo hacerlo, lee, consúltalo, coge confianza en ti, pero pon límites. Confía más en tus sensaciones y si algo que te hace tu hij@ no te hace sentir bien, páralo. Díselo. No aguantes cosas que no quieres.

A veces me encuentro con padres que me dicen que intentan tener mucha paciencia con sus hijos, que les repiten las cosas una y otra vez… Eso no es tener paciencia, eso es no poner límites. Si le dices algo al niño, se lo puedes recordar una vez más. Pero repetirlas cosas mil veces no es paciencia. Es “espacienciarte”, como se dice en Aragón cuando se pierde la paciencia,  innecesariamente.

La paciencia no es aguantar sus patadas, que no hagan caso, hacerles sus cosas, soportar sus gritos, las peleas entre hermanos, aguantar faltas de respeto o cosas por el estilo.

La paciencia se tiene que aplicar a las rabietas porque no saben cómo gestionarlas. Se tiene que aplicar a aguantar el llanto desconsolado. A su ritmo de aprendizaje o de levantarse de la cama cada día. A la hora de responder a los mil y un porqués provenientes de su insaciable curiosidad.

Y a uno mismo. Paciencia con uno mismo. Que la labor de educar no es nada fácil y se aprende sobre la marcha.

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