Veo muchas publicaciones de este tipo y me parecen un poco peligrosas según cómo se interpreten.
Cuando doy mis charlas, a veces me gustaría meterme en el cabeza mi alumnado para comprobar qué es lo que han entendido de lo que les he contado. Porque si el tema de la comunicación es complejo, en el ámbito del comportamiento humano, se complica más. Y cuando veo mensajes del tipo “cómo conseguir que a tu hij@ le guste leer” me salta la alarma de posible mala interpretación del mensaje. Así que en este artículo os voy a hablar de este tema.
Es verdad que los gustos se pueden enseñar. El gusto se educa. Por ejemplo, el modelo de belleza actual, no tiene nada que ver con los modelos de siglos pasados. ¿Por qué? Porque cuando algo se pone en valor, se nos muestra como bonito, de alguna manera se nos predispone para que nos guste. No significa que tenga un efecto absoluto o totalitario, pero sí tiene un efecto de muy amplio alcance. El mismo tipo de cuerpo no le gusta a todo el mundo pero sí al 90%. ¿No os parece mucha casualidad con lo diferentes que somos las personas?
Quiero puntualizar que con el tema de la belleza, se da un error que es que sólo se valora como bello un tipo de cuerpo. Es decir, no hay muchos modelos aceptados como bellos, sino que es solo uno en el caso de las mujeres: 90-60-90, 1,70cm de altura, piel “sin imperfecciones”, labios carnosos, piel sin vello, etc. Ese mismo error se puede cometer con l@s hij@s: enseñarles a valorar solo lo que nos gusta a nosotr@s o lo que está socialmente aceptado.
El hecho de los gustos se enseñen o eduquen, no significa que tengamos todo el poder para escoger qué queremos que les guste a nuestr@s hij@s. Por poder, podemos influir, pero debemos saber hasta dónde llegar.
¿Cuál es la mejor manera de influir en l@s niñ@s? El ejemplo, sin duda. Pero el ejemplo auténtico. Es decir, que si a ti te apasiona leer, se te va a notar. Y si tu hij@ percibe lo bien que te lo pasas haciéndolo o las ganas que tienes de ponerte a ello o la ilusión que te hace ir a la biblioteca a por un libro, probablemente tenga más ganas de hacerlo. Si fuerzas o exageras externamente esa actitud, no le va a picar el gusanillo de probarlo.
A veces, podemos equivocarnos y alabarles en exceso cuando hacen algo que nos gusta que hagan (siempre hablando de aficiones). Por ejemplo, decirles “me hace muy feliz que te guste hacer deporte” tiene peligro. L@s hij@s quieren hacer siempre felices a su padre y a su madre y quieren evitar todo lo contrario. Si les decimos esto, les estamos condicionando. Otra cosa es decirles lo bien que te lo pasas con ell@s cuando hacéis deporte junt@s. Puede parecer lo mismo pero no lo es.
¿Dónde está el límite entre favorecer un gusto o forzarlo? Por un lado, en el respeto a los gustos que no tenemos en común. Y para eso hay que revisar nuestras expectativas sobre l@s hij@s y gestionarlas. Igual preferirías que a tu hijo no le gustaran las muñecas. Pero debes saber que eso no es elección tuya, porque no es respetuoso. Reflexionar sobre esa expectativa e ir aceptando poco a poco que le gustan y no pretender influir en eso es un trabajo que hay que hacer. Cuantas menos expectativas tengas sobre tus hij@s, mejor.
Una cosa es no compartir los gustos y otra es que no te guste que algo le guste a él. Lo primero el totalmente lícito y lo segundo es irrespetuoso.
Por otro lado, es importante que te preguntes por qué te gustaría que desarrolle unos gustos u otros. Porque puede ser que sea porque a ti te gusta mucho el deporte, por ejemplo, porque te aporta bienestar o te ha ayudado a mejorar en determinados valores como el trabajo en equipo. Pero también puede ser porque te parece que ser deportista es una característica deseable y bien vista en nuestra sociedad.
Si tu razón es la primera, adelante. Pero si es la segunda, para en seco. L@s hij@s son personas con una personalidad y unas tendencias, podemos influir en ell@s pero dentro de unos márgenes. No son nuestro proyecto de ciencias ni el resultado de nuestros actos, son mucho más. Y hay que respetarles.