O cuando lo que hacemos no tienen el efecto que esperamos… Escribo este post en respuesta a una duda de un padre.
“Cuando mi hija de cuatro años está con dolor en la tripa le hago manzana rayada, no la come, le hago agua con zumo de limón, no lo bebe, le hago arroz cocido no lo come, no hay muchas más opciones, me pide leche, luego chocolate… y al final me enfadado… pierdo la paciencia, me frustro, siento impotencia… No lo sé, pero todo acaba en enfado… Al final le hago una tortilla y se la come y al día siguiente otra y así hasta curarse. ¿Cómo hacer que no acabe en enfado?”
Yo he titulado el post así porque creo que es el comportamiento infantil que provoca nuestras reacciones adultas, pero como veis añado un subtítulo porque ni siquiera está claro qué provoca ese malestar.
Las emociones casi nunca vienen solas, van unas acompañadas de otras, lo que provoca que sean más difíciles de gestionar.
Me atrevería a decir que hay frustración, porque hay una expectativa no cumplida. También creo que hay impotencia porque hay una toma de conciencia de incapacidad para lograr el objetivo. Impaciencia también, porque vemos como pasa el tiempo y queremos acertar ya. Incluso algo de desesperación… Pero eso solo lo puede saber quien lo ha vivido. Yo solo hago una estimación por encima de lo que creo que podría ser a primera vista.
Pero podría ser también desmotivación, incompetencia (por pensar que no sé responder a esta problemática), cansancio, miedo (por no dar con la solución y que eso perjudique a la niña)… Lo importante es primero identificar la emoción o emociones que nos genera la situación. Y luego atender a la información que nos da cada una de ellas.
Como podéis ver, no he nombrado el enfado, y eso que igual es la primera emoción que creemos estar sintiendo. Pero es que como cuento en este artículo que escribí hace tiempo “Cuando te enfadas, ¿seguro que estás enfada@?”. Y es que el enfado enmascara un montón de emociones y no nos permite saber lo que realmente estamos sintiendo.
La frustración nos dice que debemos tener unas expectativas más ajustadas a la realidad. Educando surge mucho esta emoción, ya que cosas que un día nos han servido, otro día ya no nos sirven.
La impotencia acompaña mucho a la frustración. Sirve para replantearte los objetivos y para asumir nuestros límites. Tiene que ver con el control. Es decir, nos hace tomar conciencia de que hay cosas que no podemos controlar, sobre las que no podemos influir. Nos obliga a tomar conciencia de nuestras limitaciones. También puede servir para activar nuestra creatividad: si esto no funciona, voy a probar esto otro.
La impaciencia también se da mucho en la educación. Se nos olvida como adult@s, lo que nos costó aprender cosas en nuestra infancia. Debemos recordar que cada aprendizaje lleva su tiempo y que acertar con una solución también.

Educar requiere de paciencia
Incluso puede que sintamos enfado, pero el enfado nos informa de que algo que hemos vivido es injusto. Para saber si tu enfado es “lícito” pregúntate “¿hay algo injusto en esta situación?”. Si no es así, lo que sientes no es enfado. Acertar con l@s hij@s no es fácil, que hagan lo que queremos tampoco, aunque creamos que no hacen lo que queramos porque no quieren. No hay intención en fastidiar ni en molestarnos, simplemente se están desarrollando y no son dueñ@s de sus actos.
Y lo que no debemos olvidar es que al final, hemos acertado, hemos conseguido dar con la solución y hemos conseguido que el dolor de tripa, se le pase. No debemos obviar nuestros logros porque es como si solo viéramos una parte de la moneda y hay que ver las dos para tener una visión más equilibrada de nuestros actos o de la vida.
Espero haber arrojado un poco de luz sobre este tema, que seguro que daría para muchos más artículos.