La comunicación es un acto inherente al ser humano, puesto que es un ser social, pero es tan complicada…
A parte de human@s, también somos subjetiv@s y puede que esa condición sea la que más influye en la dificultad para que la comunicación se lleve a cabo adecuadamente. Ser consciente de que mi visión de la realidad y la tuya son diferentes, es el primer paso para que la subjetividad no campe tanto a sus anchas.

Subjetividad total.
Pero aparte de tener esto en cuenta, hoy me voy a centrar en un elemento de la comunicación en el que creo que podemos intervenir más, que es la escucha.
Revisando los posts que llevo elaborando desde que creé Bienpensar, se me hace raro no haber escrito nunca sobre este tema, teniendo en cuenta lo importante que es mis relaciones. Hablo mucho de él en mis cursos, pero parece que es la primera vez que me planteo escribir sobre ello.
Aunque no lo parezca por todo lo que cuento, me cuesta hablar de algunas cosas. De las cosas que me preocupan, que me duelen, que me escuecen. Cuando he pasado por cosas durillas, me ha costado un montón hablarlo. Es como si me diera miedo decir en voz alta lo que me pasa, que es uno de los primeros pasos para asimilar esa desagradable realidad.
Pero una vez superada esa barrera interna, hay otros motivos por los que me cuesta contar las cosas. Y es por la reacción que puedan tener mis interlocutor@s.

Sólo escucha.
Pongo un ejemplo. Imaginaos que me sale una mancha en la piel y estoy preocupada y se lo cuento a una persona y su reacción es que se asusta un montón. ¿Cómo me hará sentir eso? Peor, porque me estará devolviendo un reflejo aumentado de mi preocupación. Al menos, es lo que me pasa. Y hay gente que lo hace, que no modula su reacción, que no piensa en cómo se siente la otra persona ni en lo que necesita.
Si se lo cuento a otra persona y me cuenta que ella está peor porque tiene unas migrañas tremendas, pues igual tampoco me apetece mucho contárselo.
Otra posible respuesta que no me gusta demasiado es que me digan lo que tengo que hacer. Y ya no te cuento la típica reacción de “lo que tendrías que haber hecho es no haber esperado tanto a ir al médico” o “eso te pasa por no ponerte crema para el sol”. Eso ya sí que me hunde por completo y además me enfada.
El tipo de reacción que me ayuda es que me dejen expresarme, contarlo, sin interrupciones, sin consejos, sin ejemplos, sin sermones ni, por supuesto, reprimendas. Que me digan que me entienden, que expresen empatía, que me ayuden a ponerle nombre a lo que siento. Pero si esto último no lo saben hacer, con que me escuchen tengo suficiente.
Esto es a lo que se le llama escucha activa. Pero nos cuesta una barbaridad no interrumpir, quedarn@s callad@s, nos cuesta simplemente escuchar. Porque creemos que nos cuentan las cosas para que demos nuestra opinión, para que busquemos soluciones, para que reaccionemos de alguna manera. A veces es así, puede existir esa intención a la hora de que alguien nos cuente algo. Pero a veces no.
¿Cómo saber cuándo sí y cuándo no? Muy fácil: preguntando. ¿Quieres que te dé mi opinión? ¿Buscas consejo en mí? ¿O solo querías desahogarte? Nunca está de más preguntar. Y si la respuesta es que solo querían poderlo decir en voz alta, siempre puedes dar las gracias de que hayan depositado en ti la confianza para poder hacerlo.