Este tema suele traer bastante polémica en mis clases de escuelas de padres y madres, así que voy a intentar aclarar dudas y terminologías.
El enfado es una emoción que, como todas, nos da una información concreta. Cuando pregunto en mis clases cuál creen que es esa información, muchas veces la respuestas es “que algo no nos gusta”. Y yo siempre respondo igual. Me fijo en algo que haya por el aula, un estuche por ejemplo y digo “a mí ese estuche no me gusta pero no me enfado por ello”.
Así que l@s asistentes siguen dándole a la cabeza hasta que por lo general, acaba saliendo la respuesta acertada: el enfado nos informa de que algo es injusto.
Esta emoción, además, cuando la sentimos, genera una respuesta corporal que nos da la fuerza para defender lo que consideramos injusto.
Muchas de las cosas que hacen los hij@s puede que nos enfaden pero habría que preguntarse “¿Es injusto lo que está pasando?”. Porque si no lo es, igual te estás enfadando pero lo que deberías sentir, es otra cosa.
Lo explico con un ejemplo. Tu hijo pega a otro en el parque y tú te enfadas. ¿Es injusto que tu hijo se comporte así? Pues más que injusto, es lo que hay. Es lo más normal del mundo y forma parte de su desarrollo. Es injusto probablemente para quien ha recibido el golpe, pero no para ti. Tu hija no te obedece y te enfadas. ¿Es injusto? Pues tampoco. Es incómodo, es cansado, es frustrante… Pero injusto… No. A no ser que creyeras que l@s hij@s no hacen estas cosas. ¿Tienes un contrato con la vida en el que se te garantiza que tus hij@s iban a obedecerte siempre? No, ¿verdad? Pues entonces no es injusto.
¿Cuándo es lícito que nos enfademos con ell@s? Cuando nos hacen algo que consideramos injusto para nuestra persona. Que nos den una patada intencionada en la espinilla, que nos tiren queriendo el móvil al váter… Cuando nos hagan algo. Pero no cuando hacen algo que no nos gustaría que hicieran. Espero que veáis la diferencia.
Cuando hablo de la opción de no enfadarse, no me refiero a que lo que haya que hacer sea tomárselo a risas ni alegrarse. Hay muchas maneras de reaccionar ante una misma cosa.
Cuando pasas cosas como los anteriores ejemplos, lo que suele pasar, más que injusto, es que no es lo que esperábamos que pasara. Tiene que ver más con unas expectativas poco realistas que con la injusticia. ¿Y qué emoción se siente cuando lo que queremos que pase no pasa? Frustración. La frustración y el enfado muchas veces se presentan juntas pero una parte de la gestión emocional entra en juego cuando nos preguntamos “¿Esto es injusto o es que yo no quería que pasara?”. Y ahí, podemos empezar a analizar la situación y etiquetar adecuadamente lo que estamos sintiendo. Una vez etiquetada la emoción, podemos gestionarla como se requiere.

La frustración es una cosa y el enfado otra.
No digo que no haya que enfadarse, pero es que nos enfadamos demasiado, de manera poco oportuna y no siempre con quien debemos.
Por otro lado, nos enfadamos mucho a la hora de educar porque el enfado es muy efectivo. Seguro que estás pensando que a veces, hasta que no te enfadas, no te hacen caso. Y puede ser así. Pero esto pasa porque ahí ven algo peligrar y es tu amor. Aunque tú no les dejes de querer cuando te enfadas, ell@s no lo perciben así. Cada minuto que pasas enfadad@ con ell@s, sienten que no les quieres. Y como por tu amor venderían su alma al mismísimo diablo, pues entonces te hacen caso.
Además no es lo mismo que yo te diga que me frustra mucho que no me hagas caso, que que te diga estoy enfadada contigo porque no me haces caso. No se recibe igual.
Una alternativa al enfado es la seriedad, os aconsejo que la practiquéis.Que os dirijáis seriamente a vuestr@s hij@s cuando queráis transmitirles la gravedad de un asunto.
Y por último, el enfado es una emoción que tiene mucha fuerza y muchas veces nos hace comportarnos de formas de las que luego nos arrepentimos. No le deis demasiada coba que al final os poseerá.