Os cuento una historia real para ilustrar el artículo de esta semana.
No es la primera vez que escribo sobre la pena, pero es tan potente que siempre que veo un ejemplo real que me ayude a desmontarla, lo aprovecho.
Me tocaba ponerme con el post semanal y no se me ocurría nada, así que tiro de amigas con hij@s para que me den ideas.
En principio salió el tema del miedo de l@s hij@s a salir a la calle tras la cuarentena. No estaba mal aunque veo que ya se ha escrito bastante sobre el tema. Hablando sobre ello a través de whatsapp con una amiga, me decía que aunque a su hijo no le pasaba, sabía de niñ@s de su alrededor a l@s que sí.
A colación de un ejemplo que me contaba sobre este tema que se había dado un día en la calle con un amiguito de su hijo, me relataba que ese mismo día, tuvo que entrar al súper a comprar comida. Al ir con su hijo, de 5 años para 6, ella le preguntó que si se veía capaz de acompañarla un segundo y no tocar nada. La respuesta del niño fue “no mamá, no me veo capaz porque en casa lo toco todo y no voy a poder controlarme”. Esta respuesta a su madre le dio mucha pena, aunque también veía que era positivo que su hijo se autoconociera.
A mí, personalmente, la respuesta del niño me parece buenísima. Es consciente de sus limitaciones y actúa de acuerdo con ellas. Y me sorprendió mucho que la reacción que le generara a su madre fuera pena. Así que le pregunté por qué. Ella me dijo que le daba pena que su hijo no confiase en sus capacidades, ya que ella creía que sí que podría.
Así que pregunté si era verdad que el niño en casa lo tocaba todo, a lo que me contestó que sí. Aunque cree que si se concentraba, podría haberlo hecho. Yo le comenté que igual el crío había actuado con prudencia y tampoco quería estar en tensión si podía esperarle más relajadamente.
Conocer nuestras limitaciones nos proporciona la posibilidad de meternos en los retos de una forma más realista. Eso no significa que vayamos a prolongar nuestras limitaciones de por vida. De hecho, si sabemos que las tenemos podemos empezar a trabajar en ellas, si no, no.
¿Que igual sería mejor que el crío hubiera preferido asumir ese reto? Igual sí, pero es que en ese no podemos escoger, está muy bien que él elija su propia forma de hacer las cosas. A eso se le llama libertad y capacidad de decisión. Una cosa es que a un niño le esté pasando algo malo y otra cosa es que lo que haga no sea lo que querríamos que hiciera.
Es positivo respetar ese tipo de decisiones, ya que de esta manera se les transmite confianza, lo cual sirve para que vayan ganando en autodeterminación y confianza en sus propias capacidades de percibirse a sí mism@s.
Cuando sentimos hacia l@s hij@s, lo que les transmitimos es que lo que les pasa es demasiado malo para soportarlo, favorecemos el victimismo y la indefensión aprendida. Esto no significa que no haya que consolarles cuando se encuentren mal, pero se puede consolar con pena y drama o con serenidad y empatía. La pena nos manipula para ceder cuando no deberíamos, ya que distorsiona y engrandece la dureza de lo que les pasa. Todas las adversidades nos fortalecen y a ell@s también.