Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

¿Reconocéis esta frase? Hasta la adolescencia la escuché y repetí cada domingo. Y notaba cómo al decirla me aplastaba una especie de muralla.

La cultura judeocristiana en la que vivimos nos ha marcado desde el nacimiento con el pecado original. Ya el acto de venir en el este mundo nos hace mal@s.

No hace falta que seas una persona que practique la religión para que te afecte este enfoque de la vida. Estas creencias impregnan nuestro día a día, nuestras costumbres, nuestras creencias.

La culpa es un sentimiento que tiene relación con la sensación de haber hecho algo mal y nos impulsa a reconocer nuestros fallos y pedir disculpas para enmendar aquello que nos inflige remordimientos. Hasta ahí tiene utilidad.

El problema es darle una dimensión más grande, hacerla tóxica. Dejarnos llevar por pensamientos del tipo “no tendría que haberme equivocado”, “tendría que haberlo sabido hacer mejor”, “es intolerable que yo haya hecho eso”. Este diálogo interno es un machaque que hace polvo nuestra autoestima.

El diálogo interno nos puede machacar.

Estos pensamientos parten de creencias del tipo “equivocarse es terrible”, “hay que hacer las cosas bien a la primera”, “soy una mala persona si hago daño a alguien”. Este tipo de creencias aumentan el ego, que es la falsa autoestima. Favorecen también emociones como la soberbia y la falta de humildad y éstas a su vez, actitudes del mismo tipo. Os recomiendo este libro para modificar esta forma de pensar.

Lectura que recomiendo.

Lo tóxico de la culpa es el alcance que tiene y ese alcance depende del volumen y calidad de nuestros pensamientos. Si nuestro diálogo interno no para centrarse en nuestro error y no acepta que somos seres humanos y que somos falibles, le estamos dando esa toxicidad.

¿Cómo gestionar la culpa? Efectivamente, la culpa nos avisa de que hemos hecho algo mal. ¿Se puede reparar? Si es así, reparar el daño sería lo primero que habría que hacer. Si he roto algo, lo arreglo, si se lo he perdido, lo reemplazo. ¿Que no se puede reparar? Disculparse, dar la cara, comprometerse a no hacerlo más, analizar nuestra conducta para entender por qué nos comportamos así y tratar de ver en qué punto nuestra conducta ha desembocado en unas consecuencias indeseables son otras cosas que podemos hacer.

¿Qué hacer cuando no podemos enmendar el error? Pues aplicar el perdón. Igual la persona a la que hemos agraviado no nos quiere perdonar o no puede porque no tenemos contacto con ella… Pues debemos perdonarnos a nosotr@s mism@s. Esto es un proceso que tiene que ver con la comprensión y la compasión hacia nosotr@s mism@s. Del perdón ya he hablado alguna vez, ahora creo que lo siguiente será hablar del autoperdón.

La culpa va más allá del reconocimiento del fallo. Está relacionada con una especie de necesidad de castigo, de “no debería haberme equivocado” y ese tipo de pensamiento es tóxico y además, mentira. Una forma de castigarnos es estar recordándonos y reviviendo una y otra vez el fallo cometido y eso es un maltrato hacia nosotr@s mism@s totalmente innecesario y perjudicial. Así que cuidado con la culpa que te puede destruir.

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