Ésta es una pregunta que me han hecho últimamente y en este post voy a intentar contestarla.
Establecer límites nunca es fácil. ¿Tengo que decir todo lo que pienso? ¿Dónde acaban mis derechos y dónde empiezan los tuyos? ¿Cuánto tengo que expresarme para sentir que no me callo nada?
Imagino que ésta y otras muchas preguntas nos surgen cuando hablamos de asertividad. Podemos recordar un poco lo que significa este término: la asertividad es una habilidad social que consiste en conocer los propios derechos y defenderlos, respetando a los demás.
Dicho de otra manera, es encontrar la forma de decir lo que se quiere, de una manera respetuosa y sin pretender ofender o molestar a la otra persona.
La comunicación asertiva no es fácil. Lo normal es moverse entre la pasividad (me callo porque no encuentro la forma de decir lo que quiero o me da miedo la reacción de la otra persona) y la agresividad (cuando ya no puedo aguantar más lo suelto como una bomba). También está el estilo pasivo-agresivo que es una especie de tono con resquemor fruto del “como me fastidia mogollón callarme, digo las cosas de forma velada, con indirectas, ironías y sarcasmos” y que suele conllevar además puyas y chantajes emocionales.

Comunicación pasiva.
Hechas estas aclaraciones, podemos continuar.
La comunicación asertiva conlleva un aprendizaje, como aprendemos un nuevo idioma. No es nada fácil, pero es verdad que cuanto más la practicamos, más fácil se nos hace. Para ello tenemos que vencer según qué creencias sobre la buena y la mala educación.
Volviendo al título, puede ser que a veces nos pasemos de asertiv@s. Ser “demasiado” asertiv@ puede convertirnos en personas calificadas como tiquismiquis. Por ejemplo, si en la convivencia no toleras pequeñas cosas molestas como pequeños ruidos que se dan puedes acabar siendo un ineseable compañero de piso. Es decir, la asertividad tiene que ir acompañada de cierto grado de tolerancia. Porque las demás personas también suelen tener un grado de tolerancia a hacia nuestras pequeñas cosas molestas.
Puede haber personas que, abanderando la asertividad, se comporten de forma agresiva. Por ejemplo, decir todo lo que pensamos no es un acto de asertividad, sino más bien un problema de incontinencia verbal. Hay que saber callarse cuando consideremos oportuno, por nuestro propio bien o porque la situación no requiere de nuestra opinión. La demasía de asertividad igual podríamos calificarla como agresividad.
No sé si alguna vez habéis escuchado la palabra sincericidio. Este término se refiere al acto de decir lo que pensamos en nombre de la sinceridad. Concretamente en soltar nuestra visión subjetiva, nuestros gustos o nuestras percepciones, sin tener en cuenta cómo puede afectar eso a nuestro interlocutor. Ser sincer@ no significa verter comentarios sin filtro hacia lo que observas sino decir la verdad cuando te preguntan por ella.
Que mi vestido te parezca feo es una opinión que no te he pedido.
No podemos olvidarnos que vivimos en sociedad y que relacionarnos con los demás es algo que no podemos escoger. El objetivo de la asertividad es que nos expresemos porque es objetivamente bueno para nuestra salud mental. Pero esto no significa que digamos todo lo que pensamos, sino que seamos capaces de expresar todo lo que queremos o necesitamos decir.
Puntualizando que además todo depende del contexto en el que nos encontremos, espero que con esto haya dejado un poco más claro el difuso límite entre asertividad y bordería.