La impulsividad consiste en dejarte llevar por lo que sientes y muchas veces en no hacer lo que realmente querríamos.
No digo que la impulsividad sea mala, pero en las ocasiones en las que nos provoca comportarnos de una forma que no queremos, es algo en lo que se podría mejorar.
Las emociones surgen ante un estímulo. Algo sucede que nos provoca una emoción u otra. Y esa emoción genera un comportamiento u otro.
Por ejemplo. He quedado con alguien y cuando le estoy esperando, me manda un whatsapp y me dice que no viene (estímulo). Eso me enfada (emoción). Yo le contesto otro whatsapp mandándole a freír espárragos (comportamiento).

Tampoco es cuestión de ir a sí por la vida.
Lo que sentimos y lo que hacemos por lo que sentimos, no va en bloque, son pasos diferentes. La impulsividad nos hace comportarnos como si fuera así, pero debemos saber que al ser cosas diferentes, podemos decidir.
Las emociones no las podemos decidir, aunque podemos entrenarnos revisando nuestras creencias. Cuando sentimos algo, en ese momento, no podemos decidir no sentirlo. Pero sí podemos decidir cómo nos comportamos. También podemos aumentar o disminuir la intensidad con la que sentimos lo que sea que sintamos a través de nuestro pensamiento.
Si, volviendo al ejemplo anterior, me digo a mí misma que es bochornoso que una persona me deje colgada cuando he quedado con ella. O me digo que es intolerable que alguien me haga eso, la intensidad de mi emoción aumentará y será mucho más difícil de controlar mi respuesta, incluso puede que me venga arriba y acabe zanjando nuestra amistad para siempre.
Por el contrario, si me digo que igual le ha pasado algo importante o que puede que haya alguna explicación para ese comportamiento, mi enfado no se disparará, se quedará en una intensidad no muy alta y no me precipitaré en un comportamiento del que me puedo arrepentir.
Esto de parar y examinar lo que nos está diciendo nuestro pensamiento y escoger el tipo de pensamiento que queremos tener es algo que, cuanto más se practica, con más facilidad nos sale.
Si nuestra naturaleza es más explosiva y nos es muy difícil hacer lo anterior, siempre podemos reflexionar sobre qué cosas hemos pensado en ese momento para echar más leña al fuego y subir tanto la intensidad de nuestro enfado. Igual es que es la quinta vez que nos lo hacen. Puede ser que tuviéramos ya un mal día y fuera la gota que colmó el vaso… Siempre viene bien analizar lo que ha pasado en nuestra cabeza para entender nuestro comportamiento. Eso sí, no se trata de entrar en un bucle y sobreanalizarnos tampoco.
Deciros que no sólo el enfado requiere de autocontrol, todas las emociones que nos puedan hacer cosas queno queremos hacer son susceptibles de provocarnos impulsividad.
Pensar mucho es malo, pero no pensar nada también.
Saber que podemos intervenir en nuestra forma de actuar siempre es algo que nos da libertad y poder sobre nosotr@s mism@s y eso es muy bueno.