Equilibrar autocastigo y autopremio

La relación que mantenemos con nosotr@s mism@s da mucho juego.


Sabemos cómo relacionarnos con l@s demás, al menos en la teoría. Pero, ¿sabemos relacionarnos con nosotr@s mism@s de forma sana?
Si lo primero lo sabemos si acaso en la teoría, lo segundo yo creo que ni en la teoría ni en la práctica. En este artículo sobre la autoempatía, hablo de ello.

La relación más larga que vamos a tener en nuestra vida es con nosotr@s mism@s, que va a durar mientras vivamos. ¿No deberíamos entonces cuidarla lo máximo posible?

Podemos hacerlo de muchas formas: lo que nos damos de comer, lo que nos compramos, lo que nos cuidamos, la gente con la que decidimos estar, el trabajo al que postulamos… Y, cómo no, cómo nos hablamos. Lo que nos decimos, si nos animamos, si nos hablamos con cariño, si nos consolamos… O si hacemos todo lo contrario.

Hay un tema que nos suele dar muchas horas de conversación con nosotr@s mism@s y es el tema de nuestros objetivos. Lo que queremos conseguir, cómo debemos hacerlo, cuánto debe costarnos… Y los consecuencias que tiene el conseguirlos o no.

Estas conversaciones las mantenemos dentro de nuestra cabeza, pero muchas veces no somos conscientes de ellas.
Igual que nos educaron en nuestra infancia, actuamos con nosotr@s mism@s. ¿Qué respuesta había ante las buenas notas? ¿Se daban por hecho o había un reconocimiento? ¿Qué pasaba ante los errores? ¿Se vivían como parte del aprendizaje o se suponía que no tenías que cometerlos?

Cuando nos criticamos influimos en nootr@s mism@s, pero… ¿A qué precio?

La forma en la que viviste las consecuencias de tus aciertos y tus errores, marcan la forma en que tú reaccionas contigo mism@. Esta sería la primer cosa a tener cuenta, ya que entendiendo esto comprenderás por qué te comportas de una u otra manera contigo.

El siguiente paso es analizar si ésa es una buena forma de tratarse, si es constructiva y respetuosa. ¿Crees que lo fue en tu infancia? ¿Lo es ahora? ¿Tratarías así a la persona que más quieres?

Sobre el tema de la exigencia ya he escrito alguna vez, os recomiendo que echéis un vistazo a este artículo para completar el presente.
En la adultez no aprendemos por castigos. Aprendemos reflexionando sobre nuestros errores, con comprensión. La vida misma nos muestra las consecuencias de nuestros fallos, no hace falta que además nos flagelemos con ese diálogo interno de “la cagué”, “debería haberlo sabido hacer mejor”, “me tendría que haber callado”, etc. No hace falta profundizar en la culpa ni pasar tiempo recriminándose el error. Y mucho menos hace falta ir más lejos como quitarnos un capricho que nos íbamos a dar u obligarnos a hacer cosas que no queremos para “aprender la lección”.

Yo eso antes lo hacía. Cuando ganaba peso y me ponía unos pantalones que me apretaban, me los dejaba puestos con la idea de “así aprenderé”. El día que me di cuenta de que eso era un maltrato horrible, dejé de hacerlo.

Está bien tratar de entender en qué me equivoqué para solventarlo en un futuro, pero no para anclarnos al pasado en una espiral de culpa y autocastigo. Hay que aceptar que no paramos de meter la pata, que no es una opción no hacerlo. Es una cuestión de humildad, porque no significa que equivocarnos disminuya nuestro valor.

Aquí la conclusión: no busques el equilibrio entre el autocastigo y el autopremio, elimina el primero y sustitúyelo por la comprensión y el autoperdón.

Marcar como favorito enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.